Badajoz se viste de Semana Santa
Con Vosotros, Queridos Cofrades Testigos de la fe en la vida pública y sin miedo Ofreciéndome unas páginas de este Boletín, me ayudáis a estar cerca de vosotros de un modo especial, precisamente cuando comienza el tiempo de vuestra preparación a la Semana Santa. Os lo agradezco muy cordialmente. Sabéis que no me considero ajeno a las Hermandades y Cofradías, sino muy interesado en vuestro desarrollo e integración en la vida de la Iglesia, como corresponde a vuestra identidad. A vosotros, queridos cofrades, compete en grado muy señalado la responsabilidad de hacer brillar en esta sociedad, tendenciosamente laicista, la luz de los misterios del Señor cuya culminación tiene su momento álgido en la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. El Hijo de Dios se hizo hombre para proclamar al mundo entero la Buena Noticia de la salvación universal. El hombre, ciegamente inclinado sobre sí mismo, queda fácilmente sorprendido por cuanto descubre en la naturaleza y, a veces, desordenadamente orgulloso de lo que va construyendo a partir de ella con los recursos de su inteligencia. Pero muchos no
acaban de percibir que tanto la naturaleza, como la inteligencia humana y sus propias habilidades constituyen un conjunto de regalos recibidos de Dios antes de que nosotros mismos fuéramos conscientes de la dignidad, grandeza y utilidad que tienen. La admiración ante las cosas de la tierra y ante las propias capacidades, tientan al hombre para que se incline sobre sí mismo y vaya imbuyéndose de su aparente autosuficiencia. Sucumbiendo a esta engañosa tentación, el espíritu humano va perdiendo la conciencia y el aprecio de su dimensión más digna: la de su condición sobrenatural, la necesidad de trascenderse a sí mismo hasta llegar más allá de los velos que nos ocultan el Misterio.
La persona que se abandona a la inercia terrenal de inclinar su mirada sobre lo perecedero y de poner exclusivamente en ello sus complacencias, proyectos y esperanzas empobrece la realidad convirtiéndola en un mero espejo que no refleja otra cosa que la imagen de quien lo mira. Y ello hace caer al hombre en un vergonzoso narcisismo por el que termina creyendo que es el alma de todo, y que nada ni nadie fuera de él puede ser la fuente de sentido de cuanto existe y acontece. Por este camino se llega muy pronto a la necesidad de negar a Dios, o de reducir su espacio y su acción al de un simple demiurgo sometido a satisfacer “milagreramente” nuestras vanas aspiraciones ajenas a todo plan divino. La consecuencia más lamentable de esta forma de pensar y de comportarse es que, como el hombre es criatura de Dios y ha sido enriquecido por Él, al apartarse de su Creador y Señor debilita su dinámica fundamental, recorta el alcance de sus verdaderos horizontes y empobrece su nivel humano. Así como el árbol separado de sus raíces termina secándose, el hombre separado de Dios priva a la sociedad del humanismo que la dignifica y ennoblece. Desde la lógica de estas reflexiones se deduce que la sociedad presionada por un laicismo dominante, por un agnosticismo acrítico consigo mismo, o por un ateismo
militante no puede construir un mundo en paz, una convivencia sin agresividad, sin guerras, sin terrorismo, sin marginación, sin vergonzantes diferencias y clasismos sociales y sin evasiones alienantes. Dios, Creador y Señor de todos y de todo es absolutamente necesario para todos y para que todos sean capaces de tratar la realidad con el respeto y el acierto debidos. Por eso podemos afirmar que la fe en el Dios único y verdadero es la fuente del más exquisito humanismo y de la más acertada ecología.
No extrañe, por tanto, que después de lo que acabo de manifestar como conclusión de la misma dinámica del Evangelio, afirme ahora que los cristianos estamos llamados, sin excusa ni pretexto, a ser valientes e incansables pregoneros de la existencia, de la Verdad y de la acción de Dios, sin miedos ni ambigüedades.
Que nadie sucumba al engaño de que la fe y su vivencia pertenecen al ámbito de lo privado, de la simple interioridad del hombre. La fe, desde el interior del cada uno, modela todas las acciones individuales y sociales, íntimas y públicas; y está llamada
a iluminar todos los ámbitos del orden temporal con la Verdad de Dios, que es objetiva, permanente y, por ello, la única e imprescindible referencia para el auténtico desarrollo de la persona y de la sociedad. Queridos cofrades: guardando a todos el respeto legítimamente exigido por la convivencia pacífica en una sociedad libre y pluralista, no cejéis en el empeño de ofrecer a todos, con humilde sencillez, el mensaje del Evangelio y los ricos signos de la fe cristiana. Estos son los signos del más rico humanismo, y constituyen, al mismo tiempo, una llamada a la convivencia fraternal en la verdad, en la justicia, en el amor
y en la paz. Convenceos de que este comportamiento no supone avasallamiento alguno, sino un acto de justicia y de la más elemental caridad según el precepto de Cristo:
“Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt. 10, 8). Y no tengáis miedo ni reparo porque, como nos enseñan los apóstoles: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. (Hch. 5, 30).
Sea, pues, vuestro lema: obrar con sentido cristiano y con rigor personal para dar un testimonio valiente en la familia y en la vida pública.
+ Celso Morga Iruzubieta.
Arzobispo de Mérida-Badajoz
La Semana Santa es un periodo de reflexión, tradiciones arraigadas, religión y cultura. Desde nuestros pasos procesionales, hasta la emoción de cada cofradía y hermandad nos recuerdan el gran valor histórico y artístico que tiene esta solemne celebración, la devoción y el gran patrimonio que nace de nuestra tierra.
Durante estos días resonarán en Badajoz los pasos acompasados de las cofradías, con los que podremos admirar las imágenes que desfilan por nuestras calles y sentir la emoción que despierta cada una de ellas. Nuestra Semana Santa es un verdadero tesoro donde se entrelaza la fe, las tradiciones y el arte sacro, pero más allá de su carácter religioso, esta época sirve también como un encuentro con la tradición y la convivencia. Es una oportunidad para conocer Badajoz en profundidad, para disfrutar de la solemnidad de sus calles, de la gastronomía típica, de compartir momentos con quien tenemos alrededor y participar en las diversas actividades culturales y de ocio que se realizan durante estos días.
Quiero expresar mi más profundo agradecimiento a todos los que trabajan durante todo el año para hacer de nuestra Semana Santa una celebración cada vez más grande con la que ahora aspiramos más que nunca a ser de Interés Turístico Internacional.
Sois los cofrades, los nazarenos, capataces, los costaleros y voluntarios los que lográis con vuestra constancia hacer crecer esta tradición y mantenerla viva. También me gustaría agradecer a todas aquellas personas y entidades, creyentes o no, que la hacen posible y nos visitan por estas fechas.
Que esta Semana Santa sea un tiempo de renovación, de encuentro con nuestras tradiciones y de solidaridad entre todos los vecinos y que el incienso, los cirios, las saetas y cada uno de los pasos nos hagan sentir más cerca esta festividad.
Ignacio Gragera,
Alcalde de Badajoz